El skate se asoció siempre a la cultura underground, por lo menos esta connotación tenía durante los años noventa. En aquel momento las tablas de skate eran fabricadas por pequeñas marcas impulsadas por skaters y unidas a toda la contracultura asociada al mundo del patinaje.
Las tablas, marcadas por la presencia de la lija en la parte superior donde se efectúa el contacto con los pies de los patinadores, paradójicamente esconden en su parte menos visible, donde se anclan las ruedas, su espacio más personalizado. Es ahí donde las marcas de skate introducían los decorados. Estos dibujos eran realizados en los años noventa mediante la técnica de la serigrafía que permitía el uso de un número más limitado de colores que la actual impresión por calor. Al ser realizadas por pequeñas marcas comerciales, la tirada de tablas con un mismo dibujo era limitada, lo que convertía este arte en una señal de algún modo asociada al patinador que la poseía. Era difícil ver tablas repetidas por aquel entonces, lo cual unido a la utilización de la técnica serigráfica, emparentaba los trabajos artísticos de las tablas con el universo artístico del grabado o el dibujo.
Estas serigrafías son el punto de partida del proyecto de Manuel Eirís, que a través de un procedimiento de pintura que quiere acercarse a lo accidental replica el rastro dejado en estos dibujos por la acción de patinar.
Si en estas tablas el rastro es una falta de pintura provocada por el roce de la tabla contra las superficies de la ciudad o los parques de skate, en estas piezas presentadas por Manuel Eirís el proceso es el inverso. Los papeles colocados estratégicamente en la superficie de la tabla que sufre la acción del roce son coloreados por la acción del papel de calco que el artista presiona de forma accidental mientras realiza trucos de patinaje. La abstracción resultante de este proceso en el que lo más importante para el artista es evitar la caída, se convierte de algún modo en figuración resultado del acto de tachar, sustituyendo las imágenes prefijadas de estos dibujos que las serigrafías marcaban.
Se trata de buscar la pincelada pura, aquella asociada a la falta de intencionalidad de la pintura en los niños y los locos. La imagen resultante es una imagen poco condicionada por el artista, que surge de una manera sincera y que parte de un proceso accidental, no intencionado, en su efecto directo. El tachado que conforma la imagen pictórica se compone así de dos planos superpuestos. Por un lado, la figuración que es la parte más creativa resultado de la acción y por otro lado el componente destructor, más iconoclasta, de la misma acción.
Para cerrar el proyecto los sonidos de los trucos ejecutados convertidos en piezas sonoras del artista Manuel Eirís, servirán como punto de partida para la improvisación que como colofón a la muestra llevará a cabo el batería y músico de jazz Lar Legido.